jueves, 15 de noviembre de 2012

CURSO DE ESCRITURA, RELATOS

Hola a todos, majísimos y majísimas!!
Hoy es jueves y toca clase de escritura. El ejercicio de hoy consistía en lo siguiente: 

- Describir - y solo describir- una fachada dos veces. La primera vez la describe alguien contento. La segunda alguien triste, o negativo. Solo pueden ocupar una carilla entre las dos en arial 12.... 

Uffff! difícil, la verdad. Me ha costado un hueval, la verdad, pero aquí está. Esta tarde iré a clase y lo comentaré con todos mis compis. Mientras tanto, os lo dejo aquí, a ver que os parece. Es muy cortito, se lee rápido. Espero que os guste :)

EL PORCHE
La casa se alza majestuosa al final de un inmenso jardín. Las nubes que cubren el cielo han conseguido que el verde que cubre estos prados sea aún más brillante comparado con lo oscuro de este día de otoño.
Aquí está la entrada a mi hogar, el porche que ha resguardado tantos momentos de mi vida. Dos finas columnas de noble madera sostienen como por arte de magia tan imponente construcción, como si permanecieran unidas permanentemente a las piedras de sillería que sostienen. Y como todo valioso cuadro que se precie, este marco está adornado por una lujosa moldura de oro, rubíes, corales y ámbar, que son las joyas del otoño de estas parras que mi padre nos dejó. Sombra en verano, cobijo en invierno, y el aroma de mi juventud.
En el centro se halla la puerta. Es tan angosta e irregular, que parece casi de juguete. Por eso al entrar se siente la alegría y la sencillez de la infancia, cuando teníamos el poder de elevar las cosas más pequeñas a la enésima potencia. Será por eso que la pequeña aldaba de forja parece la mano de un niño.
Ya me llama mi madre, entre el sonido de cazuelas y cacharros, ya me dejo arrastrar por esta nube de olores, mientras intento adivinar qué tendremos para comer.
EL PORCHE
La casa acecha siniestra al final de un inmenso jardín. Nubes negras que anuncian tormentas cubren el prado sin piedad, como si el frío y la niebla no entristecieran lo suficiente este paisaje otoñal.
Aquí está la entrada al caserón, el oscuro y ceniciento porche. Deprimente bienvenida de antipático anfitrión. El moho y el intenso olor dulzón de la humedad se encargarán de las presentaciones, y rápidamente conoceremos el frío penetrante que rezuma de las piedras, en los suelos, las paredes y los techos. De los pies a la cabeza.
Y enmarcando este triste escenario, las parras oscuras, secas, marrones y sucias, que cuelgan como espada de Damocles sobre mi cabeza. Testigos de esta angustia, con su interminable danza burlona celebrando mi soledad.
 Basta con ver la puerta para saber cómo terminará esta historia, pues es estrecha y retorcida, tenebrosa y desafiante. No te dejes embaucar por el aroma exquisito que viene de la cocina evocando antiguos manjares. Cuando llames a la puerta y sostengas esa pequeña aldaba, pregúntate dónde está el dueño de esa pequeña mano, y puede que hoy no tengas ganas de probar lo que se esconde en el puchero. 

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